viernes, agosto 31, 2007

Viernes, al fin y al cabo, es sólo un día de la semana.

A toda hora, cada minuto de mi vida, algo, alguien, me recuerda que vivo obsesionado por el tiempo.
David Gilmour regalándome retazos de eternidad en esos trémulos acordes, vibrantes cadenas al infinito, oscilaciones estiradas... deslizándose, deslizándose...
Escribir, más que una vocación, es un estigma. Si de plano no lo tienes, no sufres; pero tampoco destacas.
Allan’s Psychedelic Breakfast: Huevos con jamón de pavo, jugo de tomate preparado, papaya en cubos, café, bizcocho de nuez. Friday’s Allan’s Psychedelic Breakfast.
Estoy en perpetua búsqueda de una buena historia qué contar...
Sobre Ayuntamiento casi esquina con el Eje Central Lázaro Cárdenas, a la altura de lo que en su momento se conocía como San Juan de Letrán, en unos puestos a media banqueta, amontonados en una bolsa de plástico, sujetados por una liga de caucho, unos discos compactos con video, de los llamados DVD, se vendían. En un papel, encima del fajo de plásticos, un papel rezaba el contenido: “Hoteles de Tlalpan”, “Hoteles de la Zona Rosa”, “Hoteles de Tacuballa (sic.)”. Si llevara mi enferma curiosidad con la limpieza inocente de la infancia, me hubiera comprado varios.
En un viernes cualquiera, es posible ver, sentadas en una fila, a las mujeres más hermosas del mundo, esperando quién deje de lado prejuicios e inseguridades, y se decida a meterles el pito por la sencilla razón de que eso es bueno.
Cuando la güeva más grande del mundo te cae encima, inesperadamente, así como salida de ningún lado, y en medio de un día soleado y vital, algo no está muy bien con tus intestinos o con tu vida amorosa.

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