viernes, agosto 31, 2007

Regreso a la Luna

Cuando al fin pude sostener mi cabeza, tuve que hacerlo con ambas manos, sintiendo en los brazos la inyección de ácidos, la quemazón, de todo un peso... casi muerto. Hilos líquidos de infinidad de consistencias, bajaban estirándose, escapando, a los charcos oscuros en el piso de madera. Las grietas invadidas, los líquidos huyendo entre polvo y tierra milenaria. Tenía los ojos abiertos y miraba todo; adoloridos buscaban con avidez las esquinas que les negaba la pétrea inmovilidad de mi cabeza, sujeta por mis manos y mis brazos llameantes. Enfocaba con prisa, sin discernimientos estériles, lo que rebotaba la tenue luz que se escapaba de los huecos de mi cuerpo encorvado; los olores de hace un momento, único contacto de mis sentidos con la realidad circundante, se llenaban de texturas y de sombras. Sabía que tenía que ser rápido, que tendría que ser con prisa; esto sería lo que me llevaría y nada más. Porque no estaba hecho de memorias; sólo tenía los ocres y grises del momento, los sonidos apagándose. A tientas y en la oscuridad, por la nariz entraban las partículas, luchando frente a las puertas que se estrechaban ante la hinchazón que me invadía, la sentía. A tientas, dejando carne en el suelo, lacerando huesos con la vorágine de una prisa vital, buscando, asiéndome de lo poco que se obstinaba en persistir, con una mano, rozando, encontré los resabios moribundos de un cosquilleo en la mejilla. No era suficiente; se escapaban las fuerzas como materia cristales en fuga, rasgando su camino de salida. Mi otro brazo, ciego y en frenesí solitario, tardaba en encontrar su camino. Ya nada guiaría su llegada, la carne perdiendo la brújula del tacto, adivinando solamente. Memoria de lo que fue, con la persistencia de la costumbre, en los dedos que ya debieron ser insensibles y debieron apagarse, un remedo áspero de pelo muerto, ése sí, hace mucho. Mi oportunidad, la última. La última ráfaga, tan intensa, de tanta vida. Sostuve mi cabeza para ver, por último y para siempre, como debieron ver quienes lo hicieron al despegar, la faz de la Luna por vez última, el escarpado paisaje de ocres y sombras que dejó mi ejecución.

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