viernes, agosto 31, 2007

En el reino del siempre jamás.

La Princesa, agotada, era todavía consciente de su transformación; una transformación veloz, aunque la sabía no permanente. El argumento eterno del Rey, que usualmente abrigaba con entusiasmo, le pareció falaz, carente de sentido: “les perdono el daño que me hacen, por lo bien que me saben”. La Princesa y el Rey, que en su momento yacían adormilados y mareados, plenos frente a la mesa, ahora sufrían las consecuencias de la indulgencia. De Árbol y Serranos, traicioneros; nada como la algarabía sin consecuencias del Manzano. O de plano la revolución silenciosa Habanera. De Árbol y Serranos, las entrañas al rojo vivo. En el pequeño reino envuelto en vapores pesados y un miasma de gaseosos caldos putrefactos, la Princesa Plumita y el Rey Cara de Pun estaban solos, arrepentidos... como tantas otras veces.

No hay comentarios.: