viernes, agosto 31, 2007

De Día

Hay días como hoy, en que la bajada se alarga, que hubiera preferido comenzarlos metido en otra piel. Una más apta para lo inmediato y que tuviera los medios y el talento para llevar esa aptitud hasta la trascendencia. Una piel que no fuese ajena al lenguaje de los acordes; a ese lenguaje irreflexivo que es la música. En días como hoy, hubiera preferido despertarme músico.

En el reino del siempre jamás.

La Princesa, agotada, era todavía consciente de su transformación; una transformación veloz, aunque la sabía no permanente. El argumento eterno del Rey, que usualmente abrigaba con entusiasmo, le pareció falaz, carente de sentido: “les perdono el daño que me hacen, por lo bien que me saben”. La Princesa y el Rey, que en su momento yacían adormilados y mareados, plenos frente a la mesa, ahora sufrían las consecuencias de la indulgencia. De Árbol y Serranos, traicioneros; nada como la algarabía sin consecuencias del Manzano. O de plano la revolución silenciosa Habanera. De Árbol y Serranos, las entrañas al rojo vivo. En el pequeño reino envuelto en vapores pesados y un miasma de gaseosos caldos putrefactos, la Princesa Plumita y el Rey Cara de Pun estaban solos, arrepentidos... como tantas otras veces.

Desayunando en Tiffany's

Trato, con toda la fuerza de mi espíritu indomable, con toda la elegancia de mi porte gallardo y viril, con toda la seguridad que emana mi persona despierta, inteligente y aguda, y con toda la prestancia de una actitud siempre positiva, de fingir que tengo algo más importante qué hacer después del desayuno frente al diario y en la esquina del éxito. Todo esfuerzo es inútil. No importa a cuántos comensales pueda yo engañar, no me puedo engañar; el desayuno frente al diario y en la esquina del éxito, es el punto cúspide de mi día... de ahí, todo es de bajada.

Regreso a la Luna

Cuando al fin pude sostener mi cabeza, tuve que hacerlo con ambas manos, sintiendo en los brazos la inyección de ácidos, la quemazón, de todo un peso... casi muerto. Hilos líquidos de infinidad de consistencias, bajaban estirándose, escapando, a los charcos oscuros en el piso de madera. Las grietas invadidas, los líquidos huyendo entre polvo y tierra milenaria. Tenía los ojos abiertos y miraba todo; adoloridos buscaban con avidez las esquinas que les negaba la pétrea inmovilidad de mi cabeza, sujeta por mis manos y mis brazos llameantes. Enfocaba con prisa, sin discernimientos estériles, lo que rebotaba la tenue luz que se escapaba de los huecos de mi cuerpo encorvado; los olores de hace un momento, único contacto de mis sentidos con la realidad circundante, se llenaban de texturas y de sombras. Sabía que tenía que ser rápido, que tendría que ser con prisa; esto sería lo que me llevaría y nada más. Porque no estaba hecho de memorias; sólo tenía los ocres y grises del momento, los sonidos apagándose. A tientas y en la oscuridad, por la nariz entraban las partículas, luchando frente a las puertas que se estrechaban ante la hinchazón que me invadía, la sentía. A tientas, dejando carne en el suelo, lacerando huesos con la vorágine de una prisa vital, buscando, asiéndome de lo poco que se obstinaba en persistir, con una mano, rozando, encontré los resabios moribundos de un cosquilleo en la mejilla. No era suficiente; se escapaban las fuerzas como materia cristales en fuga, rasgando su camino de salida. Mi otro brazo, ciego y en frenesí solitario, tardaba en encontrar su camino. Ya nada guiaría su llegada, la carne perdiendo la brújula del tacto, adivinando solamente. Memoria de lo que fue, con la persistencia de la costumbre, en los dedos que ya debieron ser insensibles y debieron apagarse, un remedo áspero de pelo muerto, ése sí, hace mucho. Mi oportunidad, la última. La última ráfaga, tan intensa, de tanta vida. Sostuve mi cabeza para ver, por último y para siempre, como debieron ver quienes lo hicieron al despegar, la faz de la Luna por vez última, el escarpado paisaje de ocres y sombras que dejó mi ejecución.

Te invito a mojarte conmigo

Fue en los tiempos de la lluvia y la luz; cuando el agua se venía abajo entre un jolgorio de colores y destellos... y después apaciguaba y dejaba el día fresco, como satisfecho. Lleno de luz por arriba y reflejado por todos lados. Porque así recuerdo que iluminaba el día todo, que me hacía enchinar los ojos, y por eso apenas lo vi. Después tuve que hacerme cargo de él, en los días de la lluvia oscura y de los días mezquinos y cortos, de los atardeceres de luto, largos atardeceres mojados y grises. Toda una temporada de lluvias; toda una temporada para no mojarme sola. Así lo quise y por eso dejé a mis ganas y a mis ojos a medio abrir dejarse resbalar... ahora, no es que me queje, pero ya no me gustó mojarme tanto... con él.

Camisa de Lino Blanco; Refugio Cortés.

Camisa de lino blanco, pantalones vaqueros de azul celeste, sandalias negras y la cabellera ausente, sólo las cejas y unos cuantos pelos debajo del labio, no se percató que corría el riesgo de convertirse en alguien más.
Así, de reojo, como de pasada, miró la hora… a pesar de estar en medio de un orgasmo, no podía permitirse la estúpida idea de pensar que no tenía prisa.
Como siempre, tapaba la mitad de lo que hacía con lo que no hacía… era su forma particular de sabotear su éxito.
Sólo unos números me faltan; sólo unos cuantos. No son muchos. Pero son los más esquivos; los que más me piden, los que más me exigen. Y tengo este trabajo que me estorba en el camino a la gloria…
Escondiéndome de todos, no tengo tiempo para averiguar dónde puedo encontrar lo que busco.
La camisa de lino se arruga; pierde su delicado equilibrio… y parece, aun así, que todo está mejor que antes. ¿Delicado es el equilibrio?

Viernes, al fin y al cabo, es sólo un día de la semana.

A toda hora, cada minuto de mi vida, algo, alguien, me recuerda que vivo obsesionado por el tiempo.
David Gilmour regalándome retazos de eternidad en esos trémulos acordes, vibrantes cadenas al infinito, oscilaciones estiradas... deslizándose, deslizándose...
Escribir, más que una vocación, es un estigma. Si de plano no lo tienes, no sufres; pero tampoco destacas.
Allan’s Psychedelic Breakfast: Huevos con jamón de pavo, jugo de tomate preparado, papaya en cubos, café, bizcocho de nuez. Friday’s Allan’s Psychedelic Breakfast.
Estoy en perpetua búsqueda de una buena historia qué contar...
Sobre Ayuntamiento casi esquina con el Eje Central Lázaro Cárdenas, a la altura de lo que en su momento se conocía como San Juan de Letrán, en unos puestos a media banqueta, amontonados en una bolsa de plástico, sujetados por una liga de caucho, unos discos compactos con video, de los llamados DVD, se vendían. En un papel, encima del fajo de plásticos, un papel rezaba el contenido: “Hoteles de Tlalpan”, “Hoteles de la Zona Rosa”, “Hoteles de Tacuballa (sic.)”. Si llevara mi enferma curiosidad con la limpieza inocente de la infancia, me hubiera comprado varios.
En un viernes cualquiera, es posible ver, sentadas en una fila, a las mujeres más hermosas del mundo, esperando quién deje de lado prejuicios e inseguridades, y se decida a meterles el pito por la sencilla razón de que eso es bueno.
Cuando la güeva más grande del mundo te cae encima, inesperadamente, así como salida de ningún lado, y en medio de un día soleado y vital, algo no está muy bien con tus intestinos o con tu vida amorosa.

Repetidor de minutos; un placer al que ya pueden acceder los mortales


Funcional y presumido. Desde Japón una sorpresa para los amantes de la relojería que no aparecemos en Forbes.