sábado, julio 21, 2007

Terrorismo. No hay inocentes aquí.

Así como Eróstato buscó la inmortalidad prendiendo fuego al Templo de Artemisa en Éfeso, una de las 7 maravillas del mundo, según el poeta Antipater de Sidón, Piero Cannata la logró con la minúscula idea de acabar a martillazos al Rey de los Judíos; no a Cristo, sino al David en su versión de Miguel Ángel y mármol. También lo ha logrado azotándole una infantil pincelada al cuadro “Senderos ondulados” de Jackson Pollock.
Es cierto: los actos terroristas basan su efectividad, o impacto, en el potencial, o realización, de daños sobre personas no directamente responsables de la causa defendida. Sin embargo, la afirmación de que en tal o cual acto terrorista se atentó contra la vida, o integridad física, de inocentes, dista de ser verdad y dista también de ser útil. El terrorismo, como estrategia, sólo muestra desesperación, encrucijada, situaciones con muchas entradas, pero pocas, o ninguna, salida. El predominio de este orden de cosas, en el que el mundo desesperadamente necesita de un respeto absoluto a su diversidad, por demás en franca merma, tanto el respecto convivencial como la diversidad, sólo apunta a que en esta Tierra nuestra, nadie es inocente. En la medida en que esto quede claro, y la responsabilidad frente al terrorismo sea no sólo una estrategia de persuasión armamentista, o electorera, sino un cambio de paradigma en la relación entre sociedades e individuos, tal vez entonces logremos avanzar frente a esta aberración y terminar por siempre con sus nefastos estragos. Parece que la estupidez universal se ha infiltrado en la manera en que los seres humanos, y las sociedades, se relacionan. Se necesito de una violenta reacción, desmedida e injusta tal vez, para sacudir las conciencias; no acudir al llamado violento, pero llamado al fin, será equivalente a acelerar la desaparición de toda viabilidad social en el futuro cercano. Es cierto: la premisa es, y seguirá siendo, no negociar con terroristas; una parte del cambio de paradigma social nos debe dejar eso claro, y prepararnos para enfrentar las consecuencias de esta decisión vital. Pero también es cierto que lo urgente, indispensable, es eliminar de tajo los caldos de cultivo para el terrorismo. Y no me refiero a eliminar poblaciones enteras de fundamentalistas islámicos, vascos o de cualquier otra índole; a lo que me refiero es a eliminar, como sociedades, las necesidades, las preguntas, las exclusiones, a las que sólo los fundamentalismos parecen responder... aunque lo hagan de la manera más funesta. Parece una mentira, por demás cruel, que las democracias del mundo sean tan patentemente incapaces de incluir, de preservar, de armonizar, de responder; parece una mentira porque eso sólo mina su viabilidad. Y de eso, todos somos responsables; nadie, NADIE, es inocente.
Estimado Sr. Sarmiento,
He leído su columna “Terrorismo” del día de hoy, y tiendo a estar de acuerdo con su visión sobre el terrorismo. Sin embargo, quiero hacer un breve comentario que me parece útil para complementar su escrito:
Los actos terroristas calculan el impacto que tendrán, así como la efectividad de sus acciones, en el daño que pueden causar sobre la vida, o integridad, de personas no directamente responsables de las decisiones que los atañen y afectan. Sin embargo, esto dista mucho de la afirmación de que los actos terroristas afectan “inocentes”. Un acto terrorista, y en general el terrorismo, es producto de la desesperación; ya sea ésta producto del entendimiento nulo, de la exclusión inaceptable o de la opresión constante. En regímenes democráticos, así como en los no-democráticos, el entendimiento nulo, la exclusión inaceptable y la opresión constante, son “enfermedades” de la sociedad, no características inherentes a sus gobiernos. Lo mismo en los ámbitos nacionales, que en la convivencia global.
Y no cabe duda: en el mundo cada vez más personas están gobernadas bajo regímenes democráticos. Pero parece mentira, y cruel por cierto, que es precisamente bajo estos esquemas de convivencia social, que los objetivos colectivos de preservar, incluir y armonizar, no sólo no se estén logrando, sino que aparentemente se alejan de ser una realidad. Al menos si lo vemos por la proliferación del terrorismo que usted ya ha señalado en su columna.

Estimado Sr. Sarmiento,
He leído su columna “Terrorismo” del día de hoy, y tiendo a estar de acuerdo con su visión sobre el terrorismo. Sin embargo, quiero hacer un breve comentario que me parece útil para complementar su escrito:
Los terroristas calculan el impacto que tendrán, así como la efectividad de sus acciones, en el daño que puedan causar sobre la vida, o integridad, de personas no directamente responsables de las decisiones que los atañen y afectan. Sin embargo, esto dista mucho de la afirmación de que los actos terroristas afectan “inocentes”. Un acto terrorista, y en general el terrorismo, nace de la desesperación; ya sea ésta producto del entendimiento nulo, de la exclusión inaceptable o de la opresión constante. El entendimiento nulo, la exclusión inaceptable y la opresión constante, son “enfermedades” de la sociedad, no características inherentes a sus gobiernos. Parece mentira, y cruel, que las democracias actuales no quieran aspirar, muchos menos puedan lograr, la inclusión, la armonía y la preservación. Aquí todos somos culpables; no hay inocentes. Por eso, yo propongo, de ahora en adelante, afirmar que tal o cual acto terrorista, “afectó a cientos, o miles, de apáticos”.
Gracias,
Luis F. Guadarrama

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