viernes, febrero 06, 2015

Confesiones forzadas


El argumento eterno, sobre la inexistencia del alcoholismo y la evidencia única de casos de personas enamoradas de ponerse hasta la madre, se adelgaza. Y con ese adelgazamiento, se va mi salud mental. Porque, al final de cuentas, la sobriedad sólo cuelga del hilo de la esperanza.

 

Tales son las recompensas, instantáneas y efímeras todas ellas, de incurrir en la embriaguez, que poco puede competir un esfuerzo de tan largo alcance, e incierto desenlace, como lo es la sobriedad... en este puto país.

 

Sólo ebrio o loco.

 

La crónica de estos días se ve interrumpida por el velo del olvido. A cada paso que doy.

 

No es una forma de vivir; es una forma de alarmar.

 

La señal de los tiempos; contundentemente nos impide mirar hacia arriba. Es como estar perdido porque no queremos ver la salida. Atrapados sin salida por el refugio en el que pretendemos sufrir en libertad.

 

Soy el gran mentiroso; pero en el fondo de mis más grandes y perniciosos miedos, mentiras de vida y muerte, está la verdad más oscura de todas. La verdad sobre mi.

 

Estoy por conocer la gente más maravillosa del mundo; sólo tengo que cambiar radicalmente y olvidarme de quién soy.

 

Tenemos dos problemas en la vida: los que podemos resolver y los que no podemos. De todo lo demás, nada importa.

 

Sufro el más grande de todos los aburrimientos: el que surge de tener nada qué hacer, y no disfrutarlo en absoluto.

 

Incluso, he dejado de leer; parece que mi pasatiempo preferido es tomar y después de haberlo hecho, hacerle daño a la gente. Demasiado simple, pero sin gracia alguna; una situación tonta y muy aburrida.

 

No puedo creer que a los treinta y seis años, en el punto culminante de la vida, esté perdido entre el placer fácil y el placer inmediato. Entre una botella y una mujer dormida.

 

Todo está permitido en la medida en que la trascendencia de las demás personas no se vea mortalmente vulnerada.

 

No tengo excusa; no vengo de una familia de alcohólicos. El único antecedente es mi enorme afición al placer sencillo e inmediato. Porque el alcohol visto como sufrimiento, es sólo parte del cuento; la parte culminante. Existe otra parte que nada tiene que ver con el final; como una historia distinta. Esa tiene que ver con placer, mucho placer.

 

 


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